Identidad


El estruendo del silbido del vapor y del traqueteo metálico del tren de las seis de la tarde resonó por toda la estación como la señal de llegada para los que arribaban a la ciudad; y el anuncio de despedida para los que estaban por partir. Sofía esperaba en solitario, al escuchar el tren, sólo se colocó el bolso al hombro y poniéndose de pie se dirigió a paso calmado entre aquellos que se abrazaban, derramaban lágrimas y sonrisas frente al inminente adiós aderezado por los bufidos vaporosos del ferrocarril.
Pasaba casi inadvertida con su vestimenta en tonos terrosos, desde los menudos pies hasta el cuello adornado con una bufanda tejida en algodón; no miraba a nadie fijamente, no por pena, sino por falta de interés, cansancio, indiferencia. Podría verse en su rostro un semblante ufano, la expresión de cualquier muchacha engreída, pero en su interior no guardaba nada de qué sentirse orgullosa, simplemente era una barrera para evitar el contacto con las demás personas. Estaba más tranquila y feliz sin ser perturbada en sus pensamientos, sin ser privada de tomar sus propias decisiones con respecto a su tiempo, inclusive si era hora o no de ofrecer una sonrisa de cortesía, un saludo o un gracias; esas cosas simples y ceremoniosas para ella eran cuestiones que prefería evitar. Por eso iba siempre altiva entre la gente, hasta llegar y tomar su asiento para volverse a sumir en sus pensamientos.
El tren anunciaba su partida, mientras los últimos pasajeros que iban abordando se acomodaban en sus lugares, colocando sus maletas, ajustando sus asientos, preparándose para la siesta, sacándole plática al compañero de al lado. Con un agudo rechinido la máquina empezó a moverse lentamente para salir de la estación; Sofía miró por un momento el lugar que dejaba a tras a través del cristal empañado, y ante una visión borrosa le pareció verse a sí misma aún esperando en la estación, su corazón se sobresaltó al instante, rápidamente aclaró un poco el vidrió con un pañuelo, pero la velocidad que iba adquiriendo el vagón no le permitió más que un segundo para volver a apreciar a esa extraña aparición que se fundía entre la gente a la distancia. De repente todo era oscuro en el exterior, trataba de recordar algo de lo que había visto y encontrar semejanza o diferencia consigo misma, pero había algo que no coincidía, algo tan parecido y a la vez contrario que le hacía dudar de su propio juicio.
Continuó dándole vueltas a sus pensamientos, sin sentir calma en su pecho, con el ánimo sobresaltado y los ojos atónitos, simulando estar lo más tranquila posible para no llamar la atención de nadie. Por fin aspiró profundamente, cerró los ojos un momento y como un traicionero destello apareció bajo sus párpados el siniestro rostro de la aparición de la estación; dio un salto sobre su asiento, dejando escapar un chillido desde su pecho al mismo tiempo que abría los ojos para borrar por fin esa imagen inquietante. Con los ojos bien abiertos, y con el temor de haber perturbado a su acompañante de asiento, viró su mirada al lado derecho y no alcanzó a ver a nadie; el hombre delgado que recordaba que se había sentado junto a ella en el último momento de partida ya no estaba ahí, ni el señor regordete que había acomodado una almohadilla bajo su cuello para  tomar la siesta en el espacio contiguo; pensó que quizás hubieran salido a tomar aire o fumar un cigarrillo; corrió su cuerpo hacia el asiento siguiente y se asomó hacia la parte trasera del tren, había sólo asientos vacíos, regresó nuevamente sobresaltada, apoyando fuertemente su espalda contra el respaldo del asiento, se dijo a sí misma que todo era un sueño y cerró los ojos presionando los párpados por unos segundos; al abrirlos seguía en la misma situación, quiso llorar del miedo al ponerse de pie y mirar sobre el respaldo del asiento frente a ella y volver a encontrar el vagón vacío. Ya no se escuchaban voces, sólo el sonido de la máquina andando, afuera se observaba un campo oscuro, la luna y las estrellas iluminaban poco, estaban ocultas tras nubes grises.
Tomó valor, se puso de pié y caminó hacia el vagón siguiente, sosteniéndose de los respaldos de los asientos; la iluminación era tenue y temía tropezarse, pero su caminar fue interrumpido por una voz que murmuraba cerca de la puerta que conectaba con el siguiente vagón, dudó en acercarse pero pudo más su curiosidad. Palabras ininteligibles salían de los labios de un extraño pasajero vestido en tonos claros, apoyaba su rostro contra sus rodillas y parecía estar llorando o suplicando afligidamente mientras contoneaba ininterrumpidamente su frágil cuerpo hacia adelante y atrás. Sofía se acercó un poco más y pudo notar su pálida piel, casi transparente, pintada de azul por la tenue luz de la ventana, llevaba una melena rubia y redondeada; no podía ver su rostro porque lo tenía oculto entre sus huesudas manos, seguía murmurando repetidamente la misma frase y moviéndose como un péndulo sobre su asiento. Ella se acercó a aún más, tomando su hombro le preguntó dulcemente:
– ¿Qué te pasa?
La extraña figura volteó su rostro hacia ella, no se podía definir su sexo, ni su edad, su rostro podría ser de un niño o un anciano; fue entonces cuando escuchó claramente lo que repetía entre susurros.
– ¿Por qué te pareces tanto y no eres tú? – la miraba fijamente, con ojos angustiosos y aún quebrándose más su voz, repetía:
– ¿Por qué te pareces tanto y no eres tú?, ¿por qué te pareces tanto y no eres tú?, ¿por qué te pareces tanto y no eres tú?...
El impacto del miedo que paralizaba el cuerpo de Sofía fue interrumpido abruptamente por el estruendo del tren que frenaba estrepitosamente para parar en la siguiente estación; Sofía corrió hacia la salida, pero antes de llegar a la puerta esta se abrió y un ser todavía más extraño subió al tren, y disparando una escopeta voló el pecho del pasajero que se encontraba ya de pie tras sus espaldas. La joven se arrojó al suelo y se ocultó entre los asientos mientras el asesino caminaba hacia el cuerpo inerte de su víctima, estaba parado observando cuando una flecha atravesó su cuello, Sofía no espero y corrió en un nuevo intento de alcanzar la salida; con la esperanza de pedir ayuda buscó sin éxito a persona alguna que pudiera proporcionarle refugio, la estación estaba inhóspita, afuera la ciudad parecía un pueblo fantasma, le dio aún más miedo y corrió a esconderse por temor a ser vista por el desconocido arquero, que probablemente aún se escondía por ahí acechando su próxima presa.
Encontró una puerta, la abrió y al dar un paso al interior notó que dentro parecía más a una casa que una oficina de la estación, estaba iluminado con la luz del día a través de cortinas blancas, parecía como si entrara en otra dimensión donde todo era blanco, los muebles, las paredes, la alfombra; entró por completo, aún asustada y aún más confundida, sin dar tiempo para asimilar el momento, la puerta se abrió de un golpe, era el arquero, ella subió rápidamente unas escaleras sin ser vista, abajo se escuchaba un desorden de muebles y cristales rotos; antes de llegar al siguiente piso, previniendo encontrarse con una peor situación, mantuvo su cuerpo encorvado, casi a gatas sobre el piso, tras un barandal blanco alcanzó a ver una mujer parecida al pasajero del tren; al igual llevaba ropas blancas, su cabello era largo y ondulado, vestía una bata de maternidad y junto a una cuna arrullaba a un niño, lo hacía de una manera demente, apretándolo contra su pecho y moviéndose bruscamente de un lado a otro y repitiendo la misma absurda frase:
– ¿Por qué te pareces tanto y no eres tú?, ¿por qué te pareces tanto y no eres tú?...
 Aún escondiéndose y temiendo de lo que podría pasar en seguida, Sofía continuó volviendo a ascender por la misma escalera que parecía interminable; al final encontró un cuarto vacío, iluminado por la misma luz blanca que inundaba ese extraño recinto. La habitación era estrecha, tenía una pared larga llena de cajones de todos tamaños; en la pared derecha había pequeñas puertas a diferentes niveles arriba del suelo y en la pared izquierda una puerta de tamaño normal. Sofía se preguntó si sería prudente abrir alguno de los cajones o intentar descubrir lo que había detrás de alguna de esas puertas en las que dudaba poder apenas introducir su cabeza; se decidió por primero indagar en un pequeño cajón alargado, cuidadosamente lo abrió y encontró una almohadilla con la misma forma alargada del cajón, como si hubiera sido hecha a la medida para encajar de manera perfecta, era blanca y con tinta dorada a todo alrededor estaba inscrita la frase: “¿Por qué te pareces tanto y no eres tú?”. Hasta ese momento, sintió que no había salida de ese extraño infierno en el que había caído desde que se encontró sola y asustada en el vagón del tren, volvió a mirar las pequeñas puertas a su lado derecho y ya no sintió más curiosidad, se dirigió con resignación a la única puerta que podría ser una salida, cerró los ojos, giró de la perilla y dio un paso adelante.

Sofía despertó como todos los días en su habitación, entonces pensó que todo había sido un mal sueño; todo lucía normal, sus cosas en su lugar, la luz de la mañana entrando por la ventana, sus mismas sábanas rosadas; se incorporó y fue hacia el bañó, abrió el grifo para refrescar su cara con un poco de agua, al mirarse al espejo la volvió a ver, ahí estaba de nuevo el rostro de la aparición que la había sobresaltado la noche anterior, ya no sabía si había sido un sueño o no, pero lo que sí sabía era cual era esa diferencia que jamás pudo notar durante el primer instante que se vio a sí misma en la estación, era el rostro de una villana, una expresión malvada que no podía reconocer como suya, esa persona era alguien más.

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