Quiero tus manos (PARTE I)


Como la arena de la playa bajo el Sol de invierno; bellas son tus manos: blancas, cálidas y bondadosas; sin embargo se desvanecen al alcanzarlas, así como lo hiciera un espejismo en el árido desierto. Me dejas solo, completamente vacío y desolado.

Una noche, mientras dormías una leve corriente de aire entró por la puerta de tu habitación, movió tus pesadas y oscuras cortinas para dejar pasar un rayo de luna que atravesó la estancia hasta iluminarte de azul, azul de luna. Fue ahí cuando te vi por primera vez, tan frágil y serena, desconocía el secreto que guardabas, ese pequeño detalle que me hechizaría. 

Quise retirarme y no molestarte en tu profundo sueño, quizás estabas trotando sobre algún campo de flores o siendo la heroína de un cuento de ángeles y demonios. Salí, lentamente así como el viento me trajo, pero por un segundo me encontré perdido, pues al sentir mi presencia suspiraste y estiraste tus brazos, algo en mí se estremeció cuando por obra del destino una de tus manos cayó por el límite de la cama, justo frente a mí, pidiéndome acercarme, invitando al inevitable toque de mi esencia con la tuya. 

Agitado, dudé en acercarme, quise negar esa clara señal que se me presentaba. Sigilosamente rodeé tu cama y descendí por debajo de las tablas que la sostenían; al final pude ver que me esperaban tus finos dedos, resplandecientes y coronados por el brillo de la noche, que manos tan perfectas, si hubiera tenido corazón se lo habría entregado a las puntas de tus uñas que desgarraban mi alma al sólo imaginar su tacto.

Antes de que te movieras y acabaras para siempre con tan celestial imagen, me acerqué un poco más y toque la yema de tus dedos con mi lengua, un suculento sabor resbaló por mi garganta; pero en un instante un gran sobresalto atacó mis sentidos y salí de la habitación dejando atrás tu agudo grito de terror.

(Continuará)

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